Por Alberta Pérez, @alberta_pv
El mundo es un lugar hostil, por mucho que los anuncios de refrescos intenten convencernos de lo contrario. Lo cierto es que se nos da fenomenal aparentar, pero nadie se utilizaría de ejemplo a seguir. Y el que diga lo contrario miente. Porque, aunque sepamos utilizar la ética para ocultar nuestros defectos cuál filtro de Instagram, en el fondo nos mueve lo malo: el morbo, la envidia, el cotilleo, el ego, la discusión… Se nos ve el plumero. Todos somos Twitter y debemos tener cuidado con nosotros mismos.
Esto quedó claro en 2016, cuando un programa informático de inteligencia artificial diseñado por Microsoft, que se alimentaba a partir de interacciones reales, tuvo que ser desactivado y excusado por publicar mensajes xenófobos y sexistas. A fecha más reciente, en el 2020, desde el MIT Technology Review publicaban un artículo acerca del GPT-3, una interfaz que genera un modelo de lenguaje basándose en inteligencia artificial, capaz de producir contenido convincente de forma natural, y cuyo mayor reto es no caer en discursos machistas, xenófobos u homófobos, al beber de la información y contenidos que se ofrecen en Internet.
Siguiendo esta línea, no son de extrañar los resultados publicados por la Universidad de Jaén, que mediante la aplicación de la IA ha analizado los tuits compartidos durante las últimas elecciones en Madrid y el referéndum de Catalunya en 2017. Detectando y cruzando diversas variables, tanto a nivel de usuario como del propio texto, se ha llegado a la conclusión de que la negatividad en el mensaje aumenta la probabilidad de ser retuiteado y ganar visibilidad, dando pie en los casos más extremos a la popularización de lo que se denomina ‘discurso del odio’.
Catorce democracias europeas han sido analizadas durante las últimas séis décadas en otra investigación, publicada este mismo año por la universidad suiza de Lausanne, confirmando que la demonización del dirigente rival determina cada vez más el sentido del voto. Movilizar a la gente en base a lo que quieren evitar, en vez de ofreciéndoles una imagen con la que estén de acuerdo, resulta más sencillo y por lo visto más efectivo también a nivel electoral. Sin embargo, las esperanzas a largo plazo no están tan claras, puesto que gobernar en un ambiente polarizado y de crispación difícilmente puede beneficiar a los partidos políticos, y lo que es más importante, a la sociedad.
Bienvenidos al mundo de la imagen, de la atención limitada, el consumo rápido y satisfactorio. No nos escondamos: la IA nos tiene calados. Nos encanta lo que recibimos, que la política sea carne de meme, que genere tensión, el tira y afloja: los culebrones. Giraremos la cabeza de izquierda a derecha siguiendo el partido de tenis para celebrar la victoria como ultras, porque somos yonquis de las emociones. Miedo, tristeza, ira, alegría, sorpresa y asco, las séis emociones primarias siguiendo la clasificación de Paul Ekman, que compartimos todos los seres humanos de forma universal. Y la diana del denominado neuromarketing. Teniendo en cuenta el abanico de opciones, la apuesta más segura no parece ser apuntar a la alegría, y desde mi nulo conocimiento en el ámbito de la caza, me atrevería a decir que la línea entre ira, miedo y tristeza es lo suficientemente fina como para matar, al menos, dos pájaros de un tiro.
Eduardo Bericat, catedrático de Sociología de la Universidad de Sevilla, razonaba el año pasado en El Periódico sobre la relación entre las redes sociales y las emociones humanas: «Están concebidas para que te vincules a gente que se siente como tú, de modo que cuanto más abiertamente expreses un sentimiento, más likes y seguidores ganarás y tu relevancia en la red será mayor. Algunas, como Twitter, son auténticas redes de indignación». No es insólito, por tanto, que comencemos a percibir polarización y negatividad en la política como efecto secundario de haber trasladado la conversación a las redes, y no se trata de culpabilizar a los dirigentes, pues no podemos establecer quién ha tirado la primera piedra, somos todos partícipes de consumir y producir los contenidos a los que estamos expuestos. Como dicen los Monty Python en La Vida de Brian: «Date prisa o le habrán lapidado cuando lleguemos».
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