Por Verónica Crespo @vcrespo03 Responsable de Comunicación en el Ayuntamiento de Calatayud
«Siempre nos quedará Ibiza”, es posible que a Heinz-Christian Strache, líder de la extrema derecha austríaca hasta hace unos meses, estas palabras le produzcan cierto rechazo y le hayan quedado pocas ganas de volver a visitar la paradisíaca isla española. Especialmente después de mayo de 2019, cuando salió a la luz pública un vídeo grabado con cámara oculta en el que aparecía ofreciendo a una oligarca rusa contratos públicos a cambio de apoyo electoral. Días antes de las elecciones europeas fuimos espectadores, como si de una trama de House of Cards se tratara, de un escándalo que arrasó al gobierno austríaco precipitando la dimisión de su vicecanciller y la convocatoria de elecciones.
Austria y España afrontan elecciones este otoño. Motivos y contextos políticos diferentes, donde, sin embargo, se aprecia cómo ha penetrado la tendencia marcada, de forma general, en el continente. La ausencia de mayorías y la fragmentación desmesurada obliga a los partidos a un encaje de bolillos difícil de llevar a cabo y casi imposible de justificar.
Un país ejemplo de grandes coaliciones como es Austria vio como el partido más votado (OVP) pactaba con la extrema populista. La coalición ha derivado en elecciones anticipadas debido al escándalo protagonizado por su socio de gobierno. Al mismo tiempo que los austríacos identificaban Ibiza en el sur de Europa, España votaba en unos comicios que obligarían, cuatro meses más tarde, a una nueva llamada a las urnas. En Austria fue posible el acuerdo y el gobierno durante un año y medio; pero en España, el partido que más apoyo logró, acostumbrado a gobiernos en solitario o pactos con formaciones nacionalistas en décadas atrás, ha contado con un interlocutor poco cómodo con el que el consenso no ha sido posible. Crispación, hartazgo e ironía generalizada hacia la clase política en ambos contextos. 29 de septiembre en Austria y 10 de noviembre en España pondrán las piezas, de nuevo, en la casilla de salida.
Pero centrémonos en la situación de la derecha. España y Austria no han sido ajenas al avance de las fuerzas de derecha radical, en auge en toda Europa. Aunque el FPO no es un partido nuevo (tuvo representación en el gobierno de 2000 a 2006), forma parte de las formaciones de extrema derecha populista que han surgido con fuerza en países europeos.
Strache ha sido el líder que ha llevado al FPO a su mayor crecimiento en 2017 con un discurso antinmigración y de desconfianza con Europa, buscando el apoyo de personas con un nivel educativo bajo y miedo a ver reducidas sus oportunidades ante la llegada masiva de inmigrantes. El FPO ha sabido utilizar herramientas novedosas para comunicarse con sus públicos dirigidas a jóvenes, pero también a mayores, logrando movilización en las bases e implicando a su electorado en un proyecto común (grassroots), que ha salido a la calle a convencer a sus vecinos y ha difundido contenidos de manera masiva en redes sociales.
El FPO logró marcar la agenda conservadora haciendo que el OVP (derecha moderada) adoptara ese mismo perfil. Y es lo mismo que ocurrió en España con el Partido Popular en mayo de 2019, con la incorporación a su argumentario de asuntos como la unidad nacional y la inmigración, en un intento por virar a su derecha y evitar la pérdida de votantes hacia Vox.
Eso pasó en las anteriores elecciones, pero autumn is different. Ambos partidos populares se han visto obligados -unos por alejarse del escándalo de corrupción que ha hecho caer a su socio de gobierno y otros por los indeseados resultados electorales- a recuperar su discurso de centro derecha, orientado a una gran base social. La aspiración, el objetivo y el deseo es que las urnas permitan ahora la conversación con un interlocutor más moderado.
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