Por Alberta Pérez, @alberta_pv

La pandemia que cada vez recordamos más como anecdótica, ha sido lo más parecido a una visita sorpresa de tu jefe un lunes por la mañana pidiéndote una puesta al día. Nos ha forzado a llevar a cabo una demostración in extremis de cuáles son nuestras capacidades reales para solucionar en los tiempos que corren un problema global. La mayor parte de los problemas, en realidad, son globales. Lo que pasa es que su gravedad suele parecer ínfima debido a la escala del problema al que contribuyen, por lo que nunca resultan urgentes. Se nos llena la boca con la palabra globalización, pero pocas veces nuestras decisiones comprenden el entorno lo suficiente como para situarse a tanta distancia de uno mismo, algo que por otra parte es de lo más natural.

El COVID-19, por su letalidad y rapidez de expansión, sí nos obligó casi de un día para otro, a asomarnos al abismo del término «globalización», que como comentaba, a menudo siento que utilizamos con cierta ingenuidad. Como un veneno que recorre el cuerpo de la humanidad, el virus nos ha obligado a cambiar la escala bajo la cual examinamos la relevancia de nuestras acciones y decisiones, provocando que nos observemos a nosotros mismos no como unidad, sino como conjunto, un primer paso tremendamente importante, que ha sido clave para asumir la gravedad de los a­contecimientos y analizar de forma efectiva qué actuaciones iban a ser las más efectivas para solucionar un rompecabezas de dimensiones muy superiores a las que estamos acostumbrados.

A veces ocurre, que creemos entender algo, pero en realidad nuestro conocimiento se sitúa únicamente en el plano teórico. Por ejemplo, la ONU estima que el 15 de noviembre de 2022 la población mundial alcance los 8 mil millones de personas. Unos números que podemos leer y memorizar, comprender parcialmente… pero difícilmente imaginar en su totalidad. Por ello debemos fraccionarlo, en un proceso de digestión intelectual. ¿Cuándo has visto 8 mil millones de cosas, las que sean, juntas? Incluso si tratas de buscarme las cosquillas con un ejemplo como podría ser la cantidad de granos de arena en un parque infantil, te diría que no somos capaces de ver cada uno de ellos individualmente, su conjunto nos abruma. Pero sin desviarnos del camino que llevábamos… lo normal es que para imaginarnos el calado de lo que significan 8 mil millones de personas, tomemos una referencia como podría ser el último concierto de Queen con Freddie Mercury a la cabeza, un evento que pasó a la historia tras reunir a unas 120.000 personas en el Knewborth Park de Londres (donde incluso viendo imágenes, los límites de la masa se difuminan) y tratemos de multiplicarlo en nuestra cabeza.

Es complicado desde la humildad del individuo y por ende un tanto pretencioso, asumir que podemos entender en su totalidad, la magnitud de todos aquellos asuntos superiores a nosotros de los que formamos parte. Y a su vez es de vital importancia para la sociedad global y en vías de desarrollo en la que vivimos. «Cualquier cuestión de la realidad social y sobre todo un fenómeno tan abstracto, emotivo, y al mismo tiemp­o, tan real y contingente como la globalización es mucho más que una mera colección de partes, así como también cada uno de estos componentes tiene un alcance diferenciado al que la definición de la globalización puede englobar.» dice Hugo Fazio Bengoa, Profesor Titular del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia y del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, en su artículo titulado la globalización: ¿un concepto elusivo?.

Nuestra reacción frente al problema de la pandemia ha sido un ejercicio sin duda interesante, pero en cierto modo fácil, por el hecho de que su solución era objetiva y mayoritariamente común para todas las personas que habitamos en el planeta Tierra, independientemente de la cultura, ideología, sistema político y económico de cada uno. Nos ha atacado de forma frontal y evidente a nuestra salud, algo que nos ha facilitado la tarea. Pero no puedo dejar de preguntarme qué habría ocurrido si ése no hubiese sido el caso. Son muchas las variables que pueden cambiarse en la ecuación. Por ejemplo, en el caso de los problemas ecológicos a los que nos enfrentamos hoy en día, su evidencia existe, pero no se manifiesta de una forma tan directa, sino que poco a poco nos sumerge en un barrizal del que, como ya alertan algunos expertos, quizás sea incluso demasiado tarde para salir. Sin embargo, como el fin apenas se vislumbra y va mucho más allá de salvarnos a nosotros mismos, sino más bien a las generaciones venideras, me temo que no estamos haciendo los esfuerzos que serían necesarios para luchar por nuestra salvación. Imaginemos que en vez de esa variable cambiásemos el hecho de que el problema en sí mismo tuviese diferentes soluciones dependiendo de factores que variasen según la sociedad en la que vivamos. ¿Seríamos capaces de dialogar para buscar una salida común? ¿Tenemos las herramientas diplomáticas suficientes para conseguirlo? ¿Están nuestros sistemas políticos preparados para dirigir el mundo de manera global? Llegados a este punto volveríamos al comienzo del artículo. ¿Somos conscientes de lo que significa habitar el planeta mediante una sociedad globalizada? ¿Qué significa esta última pregunta?

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