Eduardo Bayón @edubayon_,
Consultor en comunicación política y estrategia
La crisis económica de 2008 en España y la posterior explosión del 15-M tuvieron como consecuencia un importante aumento del interés de la ciudadanía por la política. La irrupción de nuevas formaciones y, por lo tanto, la transformación del sistema de partidos, así como los largos ciclos electorales en los que acabó inmerso el país —con repeticiones electorales incluidas—, estuvieron acompañados de un crecimiento del volumen de encuestas electorales publicadas en los medios de comunicación.
El abuso de estos sondeos en el que seguimos inmersos, especialmente, en las semanas previas a las elecciones, radica en un interés particular por parte de la prensa, que —en la mayoría de los casos— es quien paga y financia dichas encuestas. Para los medios, no se trata tanto de conocer la radiografía del momento, sino de construir titulares e informaciones en base a la interpretación de parte que realizan de los datos recogidos. Es decir, lo relevante no es que pretendan predecir el resultado de las urnas, como muchas veces se piensa por parte del público mayoritario, sino la capacidad que tienen de influir en el ambiente electoral. Artículos que muchas veces son de consumo rápido, pero que actúan como una lluvia fina que va impregnando al elector.
Esta intención de influir por parte de los medios se refleja en la tendencia de estos a simplificar los datos obtenidos de la investigación social. Las tendencias de los sondeos a corto o medio plazo desaparecen y solo queda a ojos del lector quién va a ganar, cuánta ventaja le saca el primero al segundo o si habrá necesidad de llegar a acuerdos de coalición para gobernar. Esto hace que las encuestas sean ese instrumento de influencia al que se ha hecho referencia, pues resaltan quienes son opciones ganadoras y pueden servir para propiciar el llamado voto útil.
La utilización mediática de las encuestas electorales —a la que contribuyen los partidos con sus interpretaciones públicas interesadas— también se puede percibir en la relevancia otorgada a las modificaciones y los sorpassos, pero no al respaldo estable a un partido o a la fidelidad de los votantes hacia una opción política que sirva para reflejar cierta estabilidad electoral. También hay una ignorancia constante hacia los márgenes de error o los ‘empates técnicos’ que se dan cuando la diferencia entre formaciones es reducida.
Hasta aquí la utilización de los sondeos por parte de los medios. En este punto, puede parecer que las encuestas no son de utilidad, salvo como instrumento de influencia. Pero esto no es así. Más allá del ruido mediático en torno a los sondeos, su utilidad sigue siendo notable. Para el resto de actores políticos, las encuestas sí son relevantes. Los datos completos de estas ofrecen una información valiosa. No son herramientas de predicción —no, no valen como bola de cristal con la que adivinar el futuro— pero sí son instrumentos que, entre otras funciones, facilitan conocer las preocupaciones de los votantes, saber cuáles son tus públicos objetivos, las transferencias de voto que se dan o las tendencias ya apuntadas.
Esa fascinación de algunos por encontrar respuestas al futuro en los sondeos se vuelve aún más difícil en escenarios volátiles como los actuales. Las elecciones celebradas durante la última década apuntan que alrededor del 20% de los votantes deciden su voto en las jornadas previas a acudir a las urnas. Sirva esto para recalcar que la función de la encuesta reside en tomar el pulso al momento y en el análisis de las tendencias existentes. En este sentido, se confirma la dificultad de los barómetros para aproximarse al resultado final de las elecciones, como muestran los datos recientes. Existen excepciones, especialmente cuando se realizan muy cerca o durante la propia jornada electoral. En otros casos, como por ejemplo el CIS, en sus estimaciones existen desviaciones significativas y una sobreestimación reiterada del bloque de la izquierda. No obstante, en este último caso, sus datos siguen siendo de interés, puesto que proporcionan una información amplia y detallada, al contar con una transparencia en todos los datos que, salvo excepciones, no tienen el resto de empresas demoscópicas españolas. En definitiva, los sondeos electorales sí son útiles, siempre y cuando se huya de la utilización mediática de los mismos y se cuente con la información completa. Como se ha señalado a lo largo del artículo, el valor de las encuestas se encuentra en las tendencias que muestran y en los microdatos. A modo de conclusión, una advertencia: desconfíen de todo sondeo electoral que no publique su ficha técnica, es decir, que no haga pública la metodología, el número de encuestas, el territorio seleccionado, los márgenes de error o las fechas en las que las entrevistas se han realizado.
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