A mediados de 2013, una pequeña startup californiana con apenas 60 empleados llamada NationBuilder consiguió ocho millones de dólares en una ronda de financiación en la que participaron algunos de los principales inversores de Silicon Valley, entre ellos la Omidyar Network o Andreessen Horowitz. Este logro no tiene demasiada relevancia dentro del flujo de capitales que circula cada día por el valle de San Francisco, pero lo cosa cambia si la analizamos desde el punto de vista de la cada vez más estrecha relación entre política y tecnología.

Luis Aguado, Organizador de Campañas en Change.org, @luisaguadoalba

NationBuilder es parte de un pequeño grupo de empresas tecnológicas surgido en los últimos años que combinan una estructura empresarial con una fuerte misión social. Su producto es muy sencillo: una plataforma de software muy económica y potente especialmente diseñada para el organizing, es decir, para que “cualquier líder pueda construir y organizar comunidades”. Lo que ofrece, en otras palabras, es la democratización del acceso a herramientas de campaña, comunicación y movilización que hasta hace poco tiempo sólo se podían permitir unos pocos por su elevado coste: gestión de páginas web; servicios para crear y gestionar bases de datos de votantes; administración de he­rramientas de comunicación como el correo electrónico, los SMS y los canales en redes sociales… Todo en uno.

Sus servicios pueden ser empleados por cualquier empresa, ONG, cargo público, activista, partido o candidato, puesto que NationBuilder no tiene ideología política; su misión es que cualquiera pueda ser un líder, pero lo cierto es que en los últimos años esta plataforma ha sido especialmente popular en las campañas electorales. Por 100 dólares al mes, cualquier campaña o movimiento puede gestionar una comunidad de hasta 50.000 personas.

Estos precios hicieron que en 2012 NationBuilder fuera el proveedor de referencia del Republican State Leadership Committee, de tal forma que la plataforma pudo ser empleada por más de 6.000 candidatos a cargos públicos a nivel estatal. Con un mercado compuesto por 500.000 cargos oficiales e­legidos sólo en Estados Unidos -muchos de los cuales no se podían permitir hasta ahora el tipo de herramientas que proporciona- el crecimiento de NationBuilder parece asegurado en los próximos años. La misma relación calidad-precio llevó también a va­rios candidatos del Partido Socialista en las últimas elecciones municipales francesas a decantarse por esta startup como antídoto contra la falta de movilización de sus bases.

Quizá más conocida que NationBuilder es Upworthy, uno de los fenómenos en Internet de 2013. Categorizar esta compañía resulta complicado. Ellos mismos se definen como “una red social con una misión: conseguir que cosas importantes se viralicen tanto como el video de algún idiota hacien­do surf en el tejado de su casa”. Por “cosas importantes” se refieren a contenidos que normalmente están enmarcados desde un punto de vista progresista. Porque, tal y como explican en su presentación, Upworthy “está a favor del matrimonio gay y en contra de la pobreza infantil, pensamos que cambio climático es real y creemos que el gobierno tiene mucho que aprender de Internet”.

Con sus impactantes titulares y un estilo de redacción y prNationBuilde resentación de los contenidos muy particular, Upworthy parece estar aproximándose poco a poco a la fórmula exacta de la viralidad en Internet. Con 53 millones de usuarios únicos en febrero de 2014, en pocos meses ha conseguido superar en visitas a medios tan consolidados en Internet como The Huffington Post.

Aunque la compañía asegura que no está centrada en las elecciones, lo cierto es que su contenido es altamente político. Huyendo del bipartidismo rei­nante en los medios estadounidenses, sus piezas abordan temas como la imagen de la mujer en los medios, la justicia social y económica, el medio ambiente, los derechos de las minorías… Una estrategia que le permite llegar a jóvenes votantes tanto demócratas como republicanos, así como a ciudadanos normalmente no interesados en política.

El impacto de Upworthy ha sido tan grande en tan poco tiempo, que ha hecho saltar las alarmas del Partido Republicano, preocupado por la gran viralidad de miles de vídeos, entrevistas e imágenes presentados desde una perspectiva progresista. “Esta plataforma puede ser más peligrosa para los republicanos que todo el consejo editorial de The New York Times”, aseguraba un asesor del GOP en un reciente artículo de Politico.

Junto a Upworthy y NationBuilder, podemos encontrar muchas otras empresas estrechamente relacionadas con la política que están teniendo un gran impacto. Change.org, la ma­yor plataforma de peticiones online del mundo, o POPVox, dedicada al seguimiento legislativo, son otros dos buenos ejemplos de startups fuertemente guiadas por una misión social. También podríamos incluir aquí a organizaciones como la Sunlight Foundation, aclarando, eso sí, que en este caso estamos hablando de una fundación cuya misión es “utilizar el poder de Internet para lograr una mayor aper­tura y transparencia en el Gobierno”.

Nacida en 2006, la Sunlight Foundation se ha convertido en una de las fuentes de referencia para temas relacionados con la transparencia y el open-government, no sólo en Estados Unidos. Y lo ha hecho alejándose del modelo de fundación tradicional -centrado en la publicación de sesudos estudios y en la celebración de grandes congresos-, con una filosofía muy en la línea con la ética hacker y con una orientación muy tecnológica. Esta fundación es la responsable de algunas de las he­rramientas más potentes en lo que a open-data se refiere, muchas de ellas construidas gracias a la colaboración de cientos de voluntarios. Open Congress, que proporciona información sobre la agenda legislativa y el historial de votación de cada Congresista estadouni­dense, o Adhawk, una App que proporciona información en tiempo real sobre quién ha financiado cada spot político emitido por televisión, son algunos de los ejemplos más significativos.

La política startup

Estas startups políticas no sólo están cam­biando la forma de hacer campaña, sino que además poseen una serie de características que están impregnando la propia profesión de la consultoría política, e incluso a la propia forma de hacer política, a medida que su popularidad y generalización va en aumento. Entre los cambios que este nuevo paradigma que podríamos denominar política startup puede traer estarían los siguientes:

Reciclaje del sector. El surgimiento de este tipo de empresas -que siguen la estela de otras ya consolidadas dentro del esta­blishment de la industria como Blue State Digital o Salsa Labs, protagonistas e impulsoras de la primera revolución digital en comunicación política- está provocando una renovación dentro de la profesión: los consultores tradicionales y las grandes planificadoras de medios pierden poder en favor de programadores, analistas de datos, organizadores de campañas y emprendedores que en lugar de vestir traje acuden a sus oficinas en California con chancletas. Nueva York y Washington ya no tienen el monopolio del expertise en comunicación política y las élites de Silicon Valley están entrando con fuerza en el sector. Por poner un par de ejemplos, entre los impulsores de Upworthy se encuentran uno de los co-fundadores de Facebook, Chris Hugues, mientras que entre los inversores de NationBuilder está Sean Parker, co-fundador de Napster, Causes o Spotify.

Data driven campaigns. La última campaña presidencial celebrada en Estados Unidos fue, como ya se apuntó en esta misma revista, la campaña del big data. Decenas de ingenieros de datos trabajaron en el equipo de campaña del actual presidente, Barack Obama, con el objetivo de sustituir la incertidumbre y los instintos propios de la vieja escuela por las certidumbres y las decisiones basadas en datos.
Las plataformas y organizaciones ana­lizados en este reportaje no hacen sino acentuar esta tendencia. Los redactores de Upworthy, por ejemplo, tes­tean hasta 20 titulares para cada uno de sus posts antes de publicar la versión definitiva. Por su parte, NationBuilder pone en manos de cualquier responsable de campaña sistemas de gestión de base de datos que hasta hace unos años requerían de la inversión de miles de dólares. Mientras que la columna vertebral de organizaciones como la Sunlight Foundation es el análisis y la interpretación de datos.

Ingenieros de datos, programadores informáticos, especialistas en e-mail y en entornos móviles son algunos de los perfiles que, poco a poco, irán despla­zando a publicistas, expertos en medios y estrategas tradicionales. Los segundos siguen siendo necesarios, pero tendrán que acostumbrarse a trabajar codo con codo con los primeros.

• Nuevos formatos comunicativos. A pesar de su pequeño tamaño y de su juventud, empresas como Upworthy tienen una enorme capacidad disruptiva. ONGs, partidos políticos y organizaciones grassroots de Estados Unidos ya están imitando sus encabezados, sus estructuras textuales y sus emails para tratar de acercarse a sus increíbles niveles de crecimiento y viralidad. A juzgar por los números, es cuestión de tiempo que el toque Upworthy empiece a notarse también en los medios de comunicación. Algunos como USA Today (en su sección deportiva) e incluso la mismísima CNN ya han flirteado con él.

• La comunidad, el epicentro. Si algo tienen en común las plataformas y servicios de los que hemos hablado es su clara orientación hacia la comunidad, implícita ya en la misión social o cívica de todas ellas. Frente al modelo tradicional de consultora de comunicación política o estrategia electoral, que ayuda a políticos y candidatos en su comunicación con los ciudadanos, se impone un nuevo modelo que inclina la balanza hacia el ciudadano-usuario y que pone el acento en la creación de comunidades con gran capacidad de movilización. Estas comunidades pueden estar formadas por millones de personas que comparten un post de Upworthy, que firman una misma petición online o que forman parte de una misma “nación” dentro de NationBuilder.

• Nuevas audiencias: Plataformas como Upworthy, Change.org o NationBuilder también pueden contribuir a politizar a públicos que hasta ahora no habían estado interesados en la política. Ciudadanos que a lo mejor no podían participar en movimientos sociales por cuestiones geográficas, jóvenes cansados del bipartidismo, voluntarios dispuestos a trabajar en favor de una determinada causa… Todos ellos están ahora a un clic de convertirse en líderes e influir en sus comunidades y en la opinión pública a nivel local, nacional o incluso interna­cional.

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