Por Verónica Fumanal, @VeronicaFumanal, Consultora política.

El 26 de mayo del 2019 será recordado en España como una especie de “súper domingo”, durante esta jornada la mayoría de los españoles estaremos llamados a las urnas para elegir a nuestros representantes en municipios, comunidades autónomas y Unión Europea. Tan solo, catalanes, vascos, gallegos y andaluces no tendrán elecciones autonómicas, puesto que fueron celebradas en otras fechas. Además, algunas informaciones publicadas apuntaron la posibilidad de que el gobierno de Pedro Sánchez pudiera hacer coincidir las elecciones generales con esta fecha, un escenario que se aleja con la aprobación en el Consejo de Ministros de los Presupuestos, por su dilatada tramitación. Sin embargo, Moncloa aún estaría a tiempo de convocarlas para el 26 de mayo, por lo que la posibilidad no puede ser desechada al 100 %. Pero descartemos todos los escenarios posibles, en ellos también cabría la posibilidad de que los presidentes vasco, catalán y gallego adelantaran sus elecciones para hacerlas coincidir, así pues, centrémonos en la certeza.

Las pasadas elecciones europeas del 2014 inauguraron un ciclo electoral en España de grandes cambios en el panorama político. Fue en aquellas elecciones, hace ya cinco años, cuando de forma imprevista, dos nuevas formaciones políticas, Podemos y Ciudadanos, irrumpían en el panorama electoral desconfigurando el sistema de partidos que tradicionalmente había sido denominado como bipartidismo imperfecto. Este apelativo hacía referencia a que en España había solo dos fuerzas políticas con capacidad de gobierno a nivel nacional y un porcentaje de voto conjunto que sumaba alrededor del 70 % – 80 %, acompañados de otras muchas formaciones menores que sumaban el 20 % – 30 % restante. Sin embargo, con la aparición de Podemos y Ciudadanos en las elecciones europeas, comenzaba un ciclo electoral en España con cuatro partidos que en las encuestas tenían capacidad de alcanzar el poder, eso sí, ya no de forma solitaria, con mayorías absolutas, sino acompañados de, como mínimo, tres fuerzas, descartando la gran coalición PP- PSOE que continuaba superando el 50 % de los votos.

Las pasadas elecciones europeas del 2014 inauguraron un ciclo electoral en España de grandes cambios en el panorama político

En el 2015 se celebraron, como marca la ley electoral, el tercer domingo del mes de mayo, las elecciones municipales, acompañadas de las autonómicas que, teniendo o no en su mano la posibilidad de adelantar elecciones, continuaron con la coincidencia electoral. Cabe recordar que en la Transición, se pactó dos vías diferentes para las comunidades autónomas, aquellas de la vía común, sin posibilidad de adelanto electoral y las que se les dio un estatus especial, vía rápida, a través de sus estatutos de autonomía con capacidad para controlar el calendario electoral. Con la oleada de reformas estatutarias llevadas a cabo al inicio de los años 2000, algunas comunidades acogieron ese nuevo derecho. Sin embargo, son la gran mayoría las que continúan celebrando las elecciones haciéndolas coincidir con las municipales, que en España siempre se celebran de forma simultánea en la fecha ya referida.

Así pues, en el año 2015 se produjo un vuelco institucional en el que el Partido Popular perdió la mayoría de las capitales de provincia y algunas comunidades autónomas, a pesar de mantenerse como primera fuerza. Podemos organizó las llamadas confluencias en comunidades autónomas como Galicia, llamados ·En marea” y en las principales capitales, con candidaturas de unidad popular, donde se unieron partidos y asociaciones vinculadas a la izquierda y con nombres dispares, que en ningún caso llevaban la marca electoral de Podemos. Las más visibles fueron las de Madrid y Barcelona, que se llamaron “Ahora Madrid” y “Barcelona en Comú”. Ambas candidaturas pusieron al frente a dos mujeres que no eran inscritas de Podemos, pero con un currículum y liderazgo tal que en el 2019 ya son marcas electorales por sí mismas. En aquel momento, el análisis mayoritario fue que la división de la izquierda y la debilidad de la marca tradicional, PSOE, haría que el voto de la derecha se concentrara en el PP. Finalmente, el análisis de que la división de la izquierda fortalecería a la derecha fue errónea. La ley electoral española, ley D’Hont, reforzó a los partidos de izquierda y a pesar de ser el PP la fuerza más votada en capitales como Madrid, la suma de las candidaturas confluencia de Podemos más el apoyo del PSOE permitió el gobierno de los llamados “ayuntamientos del cambio” en las principales ciudades españolas: Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza o Santiago de Compostela, entre muchas otras. Comentario a parte merece Ciudadanos, que, a pesar de su fortaleza en Cataluña, no había orientado sus esfuerzos en el mundo local. Sumado a esto, la celebración de los comicios andaluces en marzo de aquel año, solo dos meses antes, había frustrado sus expectativas al obtener menos de un 10 %.

A nivel autonómico, la ordinalidad de las fuerzas de izquierda se invirtió. Si el PSOE fue tercera fuerza en los ayuntamientos más importantes, los candidatos autonómicos socialistas consiguieron aguantar al menos la segunda posición; con algunas excepciones. En las elecciones de marzo andaluzas, Susana Díaz, consiguió mantener la primera fuerza; y en las elecciones de mayo, Guillermo Fernández Vara (Extremadura) y Javier Fernández (Asturias) ganaron sus elecciones respectivamente. Sin embargo, Aragón, Castilla-La Mancha, Valencia y Baleares fueron recuperados por el partido socialista gracias al apoyo de Podemos y al sistema parlamentario español, ya que en todas estas comunidades el PP reeditó la primera fuerza. Así pues, observamos como las elecciones autonómicas y municipales de hace cuatro años, supusieron un vuelco electoral hacia la izquierda, gracias a la aparición de un nuevo actor electoral, Podemos, produciéndose la siguiente paradoja: la fragmentación de la izquierda, fortaleció sus opciones electorales.

El análisis de que la división de la izquierda fortalecería a la derecha fue errónea

Cabe señalar, que la aparición de nuevos partidos llevó aparejado nuevas narrativas políticas. Podemos y Ciudadanos evitaron confrontar con los partidos tradicionales en el eje izquierda-derecha, donde obviamente las marcas originales tenían mayor trayectoria. Podemos generó un nueva división electoral denominado cleavage, “arriba-abajo”, con nuevos conceptos como pueblo y casta. Uno de sus mayores éxitos fue conseguir que la denominación de casta fuera identificada por parte del electorado como una palabra válida que equiparaba al PP y PSOE en la misma categoría. Así mismo, Ciudadanos, hizo lo propio transponiendo un cleavage electoral históricamente catalán, al resto del conjunto de España: la defensa de la nación española, frente a los independentistas. Y, por si fuera poco, la misma aparición de estos partidos, con nuevas dinámicas partidistas y nuevos modos de comunicar, produjo la aparición de otro eje electoral: “nuevo- viejo”, que reforzaba la idea de que PP y PSOE eran lo mismo, de igual modo que el resto, fortaleciendo el relato de cambio que ambos partidos quería imponer.

Con este panorama político, las elecciones del 2015 produjeron más cambios de los que los partidos tradicionales hubiera deseado, pero muchos menos de lo que las nuevas fuerzas se habían propuesto. En algunas encuestas preelectorales publicadas, parecía que las cuatro opciones políticas tenían capacidad para ser la primera fuerza política. La campaña electoral del PP y del PSOE versaron sobre la imposibilidad de que aquello sucediera, empujando a sus respectivos electorados hacia el voto útil. Sin embargo, las nuevas formaciones políticas bajo apelaciones a la ilusión del cambio definitivo luchaban por hacer creíble que era posible. Finalmente, la aritmética parlamentaria respetó a los partidos tradicionales, otorgándoles primera y segunda posición; sin embargo, la suma entre ambos rozaba el 50 %, lo que suponía el hundimiento del bipartidismo imperfecto que había reinado el panorama español desde los años 80 del siglo pasado.

Podemos y Ciudadanos no consiguieron sus objetivos de sorpasarlos, sin embargo, mordieron a los partidos tradicionales un 35 % de sus votantes. La aritmética parlamentaria que, descartando una coalición entre PP y PSOE, no permitía formar gobierno sin el concurso de al menos tres fuerzas parlamentarias, unido a la escasa cultura de pacto entre los partidos, condenó a España a una repetición electoral, que, sin grandes cambios en los resultados, consiguió en el 2016 que Mariano Rajoy volviera a ser presidente con el apoyo de Ciudadanos, y la abstención del PSOE, con una gran herida interna, que aún hoy continúa abierta.

Iniciamos un nuevo ciclo electoral con un “súper domingo” con muchas incógnitas

Tras estos cinco años, la política española ha superado la abdicación del Rey, la aparición de nuevos partidos políticos con representación institucional, el desafío independentista de Cataluña, la aplicación por primera vez del artículo 155 de la Constitución para quitarle el autogobierno de forma temporal a la comunidad catalana, y además, una moción de censura prosperada, que se cobró el gobierno de Mariano Rajoy y la llegada de Pedro Sánchez con el apoyo de Podemos, fuerzas nacionalistas e independentistas. Podría parecer que el nuevo ciclo electoral que se inicia en el 2019 sería más estable, con menos novedades; sin embargo, todo indica a que no será así.

El gobierno de Andalucía, la región más poblada de toda España decidió de nuevo adelantar las elecciones autonómicas, para distanciarlas del debate nacional. El intento de secesión catalán, la aplicación del 155, la encarcelación y huida de líderes políticos, todo ello con una retórica belicista de confrontación de Cataluña con el conjunto de España ha protagonizado la agenda mediática nacional desde el 2017, de forma diaria. La cuestión catalana y cómo abordar el mayor reto territorial que ha tenido nuestro país, no genera consensos en la clase política española, pero tampoco la genera dentro de los partidos políticos, con pocas excepciones. Pero si existen dos partidos que sufren mayor desacuerdo en esta cuestión, son aquellos que se unieron para ganar la moción de censura de junio del 2018: PSOE y Podemos. Aquello que desearían sus electores catalanes dista de los posicionamientos asumibles en otras latitudes españolas, como, por ejemplo, Andalucía. Cataluña de nuevo centró la campaña electoral andaluza de finales del 2018, y como era previsible, más de 600.000 electores progresistas repartidos entre las dos formaciones a partes iguales entre PSOE y Adelante Andalucía (Podemos + IU) se fueron mayoritariamente a la abstención. Pero sin duda, el “cisne negro” de estas elecciones que inauguraban este nuevo ciclo electoral ha sido la aparición de un nuevo partido político que ha conseguido el 10 % y 400.000 votos en las elecciones andaluzas: Vox.

Debido a la proximidad de las elecciones andaluzas a la redacción de este artículo, cabe señalar que todavía no existe un consenso ni publicaciones científicas suficientes que aporten una explicación clara sobre el porqué de los resultados electorales en Andalucía, ni sobre qué es el fenómeno Vox. Como casi todos los fenómenos en Ciencias Sociales, no cabe señalar un único motivo, pero existen corrientes que apuntan a las fatigas de los materiales y centran su explicación en 36 años ininterrumpidos de gobiernos socialistas, con casos de corrupción flagrantes, así como a la debilidad del liderazgo de Susana Díaz; pero también, existen análisis que centran la explicación en la sacudida emocional que han supuesto los episodios del desafío catalán y que han conducido a los dos partidos que con más contundencia defiende una posición de confrontación total con el independentismo, Ciudadanos y Vox, y que tuvieron un saldo positivo de más de 700.000 votos de forma conjunta. Seguramente, ambos factores jugaron en la misma dirección. Vinculado a esto, en estos momentos existen diferentes explicaciones del fenómeno Vox. Desde la izquierda se asegura que es un partido de extrema derecha, sin embargo, otras teorías, apuntan a que es un partido nacionalista español populista, que ha introducido una nueva narrativa en términos de guerra cultural sobre qué significa ser español, la defensa de los valores tradicionales y conservadores. En todo caso, lo que parece claro es que forma parte de los fenómenos acaecidos en otras latitudes como Trump, Bolsonaro, Le Pen, Farage o Salvini.

Como cada vez que aparece un nuevo “cisne negro”, es decir, en palabras de Taleb, “el impacto de lo altamente improbable”, la atención mediática en estos momentos y como precampaña electoral, España se debate sobre la conveniencia o no de realizar un cordón sanitario, al estilo alemán, a Vox. Tan solo el Partido Popular, debido a su conveniencia electoral y a que comparten electorado con Vox, ha asumido con normalidad la llegada de este partido a la política española. Ciudadanos niega todo pacto con esta nueva formación, a pesar de que su pacto con el PP en Andalucía se ha fraguado gracias al apoyo de Vox, arrebatándole la Junta del Gobierno al PSOE, que cabe recordar que, aunque con gran pérdida de voto, volvió a ganar las elecciones del pasado mes de diciembre. Así pues, las próximas elecciones municipales, autonómicas y europeas no parecen unas simples elecciones de continuidad, puesto que la irrupción de un nuevo partido, cambia de nuevo el escenario.

¿Será la fragmentación de la derecha la que le puede conducir a recuperar el poder perdido en el 2019?

Si el protagonismo mediático de Vox será clave en las próximas elecciones, cabe señalar otra cuestión a nivel nacional que contaminará, de forma definitiva, elecciones que tradicionalmente habían tenido otros códigos. En el mes de febrero, se inicia el juicio a los dirigentes políticos catalanes acusados de delitos de sedición y rebelión. Los procesos judiciales en España son muy garantistas, lo que los hace complejos, pero sobre todo largos, muy largos. Desde que fueron encarcelados de forma preventiva en noviembre del 2017 aquellos acusados que no huyeron de España, los políticos independentistas han mantenido un protagonismo mediático relativo, debido a su no presencia. Durante la campaña electoral en Cataluña del 2017, convocada por Mariano Rajoy bajo el amparo de la aplicación del artículo 155 de la Constitución, su no visibilidad fue una de las armas electorales esgrimidas por el independentismo. Sin embargo, durante la campaña y también, pasado ese periodo, el expresident Puigdemont ha contado con más notoriedad al poder realizar declaraciones de forma visible. Pero, con el inicio del proceso judicial y las declaraciones, el procés català y sus protagonistas tornarán con fuerza a la escena mediática nacional, con todas las implicaciones que tiene para la campaña.

Vox y el proceso independentista, que previsiblemente marcarán la agenda preelectoral de las elecciones de mayo del 2019, harán poco viable la regionalización/municipalización/europeización de las campañas electorales. Es decir, los candidatos a la reelección, interesados en hablar de su obra de gobierno, tendrán muchas dificultades para no ser arrastrados por la agenda mediática nacional. Unido a estos factores caben señalar dos más nada desdeñables.

En primer lugar, la tramitación de los presupuestos generales del estado, aprobados en el Consejo de Gobierno del mes de enero y que para su aprobación necesita el concurso de todas las fuerzas políticas que hicieron posible la moción de censura, y, por lo tanto, de partidos nacionalistas e independentistas. Este hecho será simultáneo al juicio de los líderes independentistas, algo que desde estos partidos no solo se ha criticado con dureza, sino que se ha puesto como moneda de cambio para apoyar los presupuestos, la libertad sin cargos de los procesados.

En segundo lugar, la crisis interna de Podemos es un nuevo factor de desestabilización del partido morado. Se acaba de conocer que Íñigo Errejón, uno de los cinco fundadores de Podemos, competirá bajo otra sigla electoral a la comunidad de Madrid. Tanto Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid por una confluencia del partido morado, como Errejón, desafían el liderazgo de Pablo Iglesias desdeñando las siglas de Podemos y compitiendo bajo otra marca y con listas electorales con miembros alejados del partido. Qué hará Iglesias ante esta circunstancia, se escriben estas líneas mientras los morados toman esta decisión, sin embargo, ninguna solución parece adecuada, más bien, un lost-lost.

Quién sabe si ahora la tendencia es la falta de tendencias

Por lo tanto, iniciamos un nuevo ciclo electoral con un “súper domingo” con muchas incógnitas. En cuanto a las elecciones europeas, parece claro que el arrastre de las otras dos convocatorias hará subir el porcentaje de participación que tradicionalmente ha sido el más bajo de todos los comicios celebrados en España. Veremos, cómo el Brexit influye en estas elecciones y si esta ruptura en el seno de la Unión Europea se vincula con el proceso independentista catalán. En el caso de las elecciones autonómicas, está en juego la reedición de los acuerdos entre PSOE y Podemos; ¿seguirán sumando estas fuerzas o, por el contrario, los socialistas buscarán acuerdos con Ciudadanos ante el descenso de los morados?; se repetirán en otras comunidades el acuerdo del PP y Ciudadanos con Vox alcanzado en Andalucía y bautizado por el presidente Sánchez como los “voxonaros”.

A nivel municipal, ¿cómo afectará la crisis madrileña de Podemos al resto de municipios? A día de hoy gobiernan las principales capitales confluencias que no son de la marca Podemos ¿Colau en Barcelona, también se desmarcará de Iglesias?, ¿Santiesteve en Zaragoza?, ¿Ribó en Valencia?, ¿Noriega en Santiago de Compostela?, ¿González en Cádiz?… ¿Esta crisis hará recuperar al PP las principales ciudades españolas con el concurso de Vox? ¿O será el PSOE o Ciudadanos, dos partidos que ocuparon terceras y cuartas posiciones quienes accedan a las principales capitales de provincia? Las encuestas todavía están sondeando el impacto electoral de la irrupción de Vox, pero todavía no pueden medir la crisis de Podemos o la falta de candidato del PSOE a la alcaldía de Madrid. Cabe señalar que, como se ha indicado anteriormente, en el año 2015, la fragmentación de la izquierda le condujo a recuperar mucho poder institucional a pesar de no ser la primera fuerza, así pues ¿será la fragmentación de la derecha la que le puede conducir a recuperar el poder perdido en el 2019? Lo que parece claro es que las próximas elecciones continuarán explorando nuevos escenarios políticos y electorales, quién sabe si ahora la tendencia es la falta de tendencias.

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