Por Alberta Pérez, @alberta_pv

Recuerdo como la primera vez que salí de casa utilizando una mascarilla me costaba entender a la gente cuando me hablaba. En mi cabeza se generaba un cortocircuito al no ser capaz de leerle los labios de mi interlocutor. Igual que Willy Wonka en la película de Tim Burton, sentía la necesidad constante de reprocharle a todo el mundo que vocalizase cuando se dirigían a mí. Ahora, sin embargo, ni siquiera sabría decir con certeza si hace dos días, cuando me crucé por la calle con un amigo, llevaba la cara cubierta o no. Ya sé que suele decirse que somos animales de costumbres, pero realmente nuestra capacidad no solo de adaptación, sino de olvidar y normalizar, siempre vuelve a sorprenderme.

La velocidad con la que hemos implementado cambios en la sociedad durante la pandemia ha sido vertiginosa. En menos de un año hemos cambiado completamente la forma de funcionar como sociedad a costa de, cierto es, unos cuantos sacrificios. Esto es algo que puede romantizarse o demonizarse a la hora de contar el relato, y que se está llevando a cabo en el discurso de medios y políticos. La polarización, esa herramienta tan recurrida en los tiempos que corren, que mastica los contenidos hasta hacerlos digeribles para cualquier comensal. Tanto podemos hablar de sacrificio y trabajo en equipo como de represión y sometimiento. Esto se le sirve al oyente en bandeja, presentándolo equivocadamente como una elección excluyente: carne o pescado.

Sin embargo, esta polarización se promueve más ahora que podemos permitírnoslo. Cuando sacábamos la cabeza por la ventana para que nos diese el aire, dudando de si saldríamos adelante en un mundo infectado por un virus que no tenía cura, pocos gallos alteraban el gallinero. Teníamos claro que, pese a que las formas nos convinieran más o menos, lo importante era alcanzar un objetivo común: la salvación. Por aquél entonces todo era romanticismo porque pocos se atrevían a sacar a la luz los demonios que ya nos corrompían los pensamientos en la oscuridad. Todos éramos valientes, todos poníamos nuestro granito de arena, todos éramos ejemplo de una sociedad solidaria. Aunque hubiese personas insultando desde los balcones a la gente que salía de casa y fiestas ilegales, eso se trataba como la excepción a la regla, porque prevalecía la importancia de compartir un mensaje de motivación. Ahora que vemos luz al final del túnel, es cuando nos atrevemos a meter cizaña, vuelve el circo romano.

Paralelamente, Conferencia de las Partes en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26), la gente se congrega en diversas ciudades europeas para pedir acciones contundentes por parte de los Gobiernos para luchar contra el cambio climático, apoyados por informes que advierten que las emisiones de dióxido de carbono están aumentando rápidamente tras la desaceleración económica provocada por la COVID-19. Naciones Unidas advierte que «las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera se mantienen a niveles sin precedentes y condena al planeta a un peligroso calentamiento futuro». Y yo me pregunto, ¿qué hemos aprendido realmente de todo lo sufrido? ¿Qué estamos preparados para actuar conjuntamente para solucionar problemas de escala mundial? ¿Solo funcionamos con la soga al cuello y de forma egoísta? Quizás ambas, permitidme dar la opción escoger carne y pescado. Pero por favor, escojan rápido que nos estamos quedando sin producto fresco.

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