Por Alberta Pérez, @alberta_pv
Todo cambia, excepto que nada cambiaHa sido la primera vez en la historia que un artista español coloca su álbum en el primer puesto del Top Global. Con una apuesta arriesgada, pero de indiscutible calidad, la cantante se ha transformado cual mariposa para mostrarnos su álbum Motomami, que ya arrastraba tras de sí una larga campaña, y con el que ha cerrado muchas bocas. Los singles que la artista presentó previo al lanzamiento de su disco dejó a muchos sin aliento, pero mal, como cuando te dan un rodillazo en el estómago. Dicen los que hablaron muy rápido que jugaron con sus sentimientos. Que los adelantos no eran representativos de lo que realmente luego resultó ser la obra. El efecto de la promoción de este álbum ha funcionado cogiendo impulso a través de sus detractores, que es justo lo que busca la provocación. Que hablen mal de ti, pero que hablen, porque si luego eres capaz de hacerles cambiar de opinión, tienes el cielo ganado.
El saber controlar a tus haters es algo indispensable en los tiempos que corren. Cuídalos de vez en cuando, riégalos y si puedes limpiarles las hojas -sin pincharte con las espinas- les saldrán flores. Te querrán. Nunca te dejarán de dar problemas, pero siempre te recordarán que tienes humanidad, que puedes hacer algo bien en esta vida. Si no se te muere una planta tienes el carnet básico de adulto. Si tienes haters, el carnet básico de famoso. Por lo tanto, cualquier persona que se mueva en el ámbito comunicativo debe saber lidiar con esta fuerza propia y natural del público. Debes aprender a convivir con ellos e idealmente, saber utilizarlos a tu favor. Justo lo que va a tener que hacer Will Smith tras su inexplicable arrebato que eclipsó la 94 edición de los Premios Oscar. La gestión de una crisis mediática de semejante tamaño no debe centrarse en sus haters. Y sólo tiene dos opciones: reformarse o reforzarse.
Lo sucedido durante la gala es de sobra conocido, y a su vez continúa siendo un misterio por su falta de racionalidad. Incluso los más extremistas, aquellos que apoyan el uso de la violencia por una cuestión de “defensa propia” -que fue el argumento al que el actor quiso aferrarse posteriormente al recoger el premio como mejor actor, dando un discurso entre lágrimas éticamente reprochable- aquéllos que dicen entenderlo y justifican esta respuesta violenta, dudo fervientemente que en semejante tesitura, ninguno se viese imbuido por el suficiente amor propio como para levantarse, recorrer un pasillo de butacas hasta las escaleras, subir al escenario, caminar por toda la pasarela con aire seguro y despreocupado y pararse frente al presentador para soltarle una bofetada. A partir de ese momento, sí puedo llegar a entender que el clímax y la adrenalina hayan sido tales, que tu camino de regreso al asiento probablemente sea algo que ni siquiera recuerdes, e intoxicado por los acontecimientos y la química de tu cuerpo, te veas con los ojos encendidos y el cuerpo inundado en rabia, gritando sinsentidos, actuando como si fueses el perro de presa de tus seres queridos… Pero hasta que el vaso se colmó de agua, incluso el dolor de los zapatos prestados y la tirantez de la americana entallada -suponiendo que las luces, los micrófonos y las cámaras ya no ejerzan ninguna presión en ti- te recuerdan en todo momento donde estás. ¿De dónde viene toda esa rabia? ¿Está actuando?
La parte positiva es que el actor ha dejado de buscar la justificación para salir reforzado mediante la aprobación de la gente, y ha optado por la reforma. Es un alivio, porque eso corta de raíz todas las discusiones tóxicas que surgieron a partir de un discurso de aceptación del premio en el que se normalizó el silenciamiento de la voz de una mujer por los actos violentos de su pareja, actuando en nombre del amor y la protección, la censura, el arte y la locura, mencionando el papel que le ha otorgado Dios… No se quién le habrá arrancado de la mano el Oscar a Will Smith, pero gracias por apagar el fuego.
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