Por Irene Asiaín @irene_asiain Periodista
«Confianza” y “fe” fueron dos de las palabras que escribió en un tuit Justin Trudeau, el primer ministro de Canadá, para agradecer su reelección a los miles de canadienses que fueron a votarle en las elecciones del 21 de octubre. Palabras que no fueron aleatorias.
Los continuos escándalos políticos por los que se ha visto salpicado Trudeau en este último año y las promesas incumplidas minaron su imagen de reformador hasta situar su popularidad por debajo de la de su candidato rival. Esto se tradujo en una victoria a medias en los últimos comicios con una pérdida de la mayoría absoluta (170 escaños) de la que disponía en su anterior mandato (184). Todo apunta a que Trudeau tratará de gobernar en minoría con 157 escaños y buscará apoyos puntuales para sacar adelante sus propuestas legislativas, ya que en el país no hay tradición de formar gobiernos de coalición.
Pero gobernar no será fácil. Su principal oponente, Andrew Scheer, del Partido Conservador (PC), consiguió 121 escaños. Scheer además centró su campaña en desprestigiar a Trudeau y en evitar la movilización de su electorado, lo que conduce a pensar que asumirán el papel de oposición y no la de socio preferente de gobierno. El que sí podría ser un aliado del Partido Liberal (PL) es Jagmeet Singh, el candidato del Nuevo Partido Democrático (NDP). Un partido que se sitúa a la izquierda de los liberales y que en las pasadas elecciones obtuvo los suficientes escaños (24) como para permitir gobernar al partido de Trudeau.
Otras formaciones fueron la gran sorpresa de la noche. Este fue el caso del bloque independentista de Quebec, Bloc Québécois, que ganó 32 escaños. Con esto se aseguró la cuarta posición para los próximos cuatro años de mandato y la posibilidad de presionar al primer ministro para obtener nuevas cesiones a cambio de apoyos.
Todo esto después de que Trudeau, o el llamado príncipe azul de la política, protagonizase una campaña agónica centrada en la personalidad de los candidatos -en lugar de en las propuestas electorales- en un momento delicado para el líder canadiense. La última gota que colmó el vaso fue la supuesta injerencia del primer ministro en un proceso judicial para evitar la condena a SNC-Lavalin -la principal compañía de ingeniería y construcción del país- en la que impedía que compitiese por contratos públicos en Canadá durante una década. Compañía que estaba acusada de corrupción por el pago de sobornos que presuntamente ofrecieron a altos cargos del régimen libio de Gadafi entre 2001 y 2011.
Sorpresas como esta estuvieron a punto de costarle la reelección al candidato del PL. Los días previos a las elecciones los promedios de encuestas reflejaban un empate técnico entre los dos principales partidos de Canadá: el PL y el PC. Todo parecía presagiar que el partido que obtuviese la victoria no obtendría la mayoría absoluta. Y así fue. La tormenta en la que se ha visto sumida la política canadiense estos últimos meses ha pasado factura a los candidatos y les ha puesto en preaviso: las promesas incumplidas, los escándalos políticos y la falta de liderazgo, se paga en las urnas.
Desde el Palacio de los Congresos de Montreal donde el PL celebró la victoria, Trudeau aseguró que los canadienses habían elegido avanzar hacia una agenda progresista fuerte. En su discurso, prometió seguir trabajando en la mejora de la vida de todos sus ciudadanos “para hacer avanzar al país, para hacer de la reconciliación con los pueblos autóctonos una prioridad y para tener más visión y ambición a la hora de atajar el cambio climático”.
El hijo del histórico primer ministro Pierre Elliott Trudeau se enfrenta ahora a un período difícil en Canadá. Trudeau deberá responder a las expectativas que él mismo creó y cumplir su agenda reformista y progresista en un momento en el que los populismos y los extremismos se cuelan en los parlamentos de todo el mundo.
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