Por Vicente Rodrigo, @_VRodrigo Public Affairs Manager de Weber Shandwick y cofundador del colectivo Con Copia a Europa.

El desorden mundial vigente aguarda las posiciones que tomará Europa tras un año electoral muy significativo. Un nuevo equilibrio de poderes en el continente podría desencadenar cambios considerables en la geoestrategia mundial, con Rusia como inesperado protagonista del tablero. Mientras los contrapesos cambian con la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos, los países más importantes de la Unión Europea -Alemania y Francia- viven su particular proceso de introspección. Los partidos políticos buscan candidatos, estudian la demografía en busca de votos y se baten en campaña electoral. Todo esto, mientras se perfila la desconexión de Reino Unido tras el brexit. Triunfa, una vez más, y como ya es costumbre en la UE, el repliegue sobre uno mismo.

En este sentido, y a pesar de su importancia histórica, 2017 podemos darlo por amortizado. Ante la expectativa de que se consolide el fervor nacionalista o la retórica del rechazo a las élites, no será este un año de grandes avances ni grandes acuerdos. Hace tiempo que los funcionarios de Bruselas recibieron el encargo de mantener un perfil bajo que ha llevado incluso a detener propuestas que a priori podrían contar con el beneplácito popular como financiar un cheque-interrail para jóvenes.

¿Cómo encaja esta filosofía con una administración norteamericana hiperactiva, provocadora, peleona, en un momento en que se desnaturalizan las alianzas naturales? Bruselas y Washington son hoy plenamente antagónicos. Al presidente norteamericano no le seduce la diplomacia blanda europea y responde con indiferencia las escasas y poco vehementes alusiones que se han hecho en Bruselas sobre su todavía corto mandato.

Extraña que Trump no haya comentado públicamente la carta del presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, poniéndole las pilas a todos los dirigentes nacionales o las declaraciones de la Alta Representante Federica Mogherini respecto a lo mucho que tiene que perder Estados Unidos si no trata bien a la UE. Los silencios en comunicación política son siempre llamativos, dignos de reparar en ellos. Dicen mucho más que las palabras. Pero ante un perfil tan visceral, lo son aún más. Sin embargo, no todo en Trump funciona a base de impulsos. Más bien al contrario, su política efectista a golpe de titular seguramente busque reacciones de una manera más estudiada de lo que pensamos. Sus tuits, sus declaraciones y sus órdenes ejecutivas nos llevan a un terreno desconocido, especialmente en Europa, donde dábamos por hecho un trato preferencial por parte de la primera potencia del mundo.

Mientras descoloca y despista, el mandatario americano gana terreno. Sus decisiones movilizan a colectivos en todo el mundo y vivimos en un estado de vigilancia y alerta a lo que sale de su timeline de Twitter, hecho que le puede ser utilísimo para lanzar globos sonda o simplemente distraer. Por este motivo, y ante un año con suficientes retos a la vista, esta Europa de 2017, en transición, haría bien en no desplegar un gabinete de crisis a cada revuelo.

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