Por Miguel Molina, @miguelmolinapcz Profesor de Comunicación y Habilidades Comunicativas, y Director FLSC

Liderar con sentido común” es algo más que el nombre de la Fundación que preside el consultor internacional Antonio Sola en España, es lo que anhelan los ciudadanos cada vez que se llevan las manos a la cabeza en cuanto perciben alguna noticia política que les desquicia. Huérfanos de líderes, los gobernados andan a la espera de respuestas a algo que no debería reformularse. Como si estuvieran en bicicletas estáticas, los cargos públicos no hacen bueno aquello que aseveró el filósofo griego Diógenes el Cínico: “El movimiento se demuestra andando”. Y es que los ciudadanos están a la espera de que los verdaderos problemas tengan soluciones y figuren en la agenda de sus cargos electos. ¿Se les habrá olvidado para quien gobiernan? Esa es la eterna pregunta ante la ausencia de un guía, de un líder que sea capaz de gestionar todo este desorden.

Hablar de liderazgo es hablar de un término centenario en cuanto a investigación se refiere. El término transversal, adaptable a cualquier contexto y obedece, principalmente, a causas y carismas. Es en este punto donde un líder logra allanar el camino hacia la obtención de la primera premisa: tener seguidores. Un líder sin seguidores no es un líder. A estas alturas de la película hay quien se atribuye esa condición de liderazgo, lo que supone una falta a la historia y su naturaleza. Los liderazgos dependen de las percepciones que otros sujetos tengan de ese personaje. Nunca al revés.

La causa y el carisma son dos fuentes inagotables de líderes. El primero porque la inmensa mayoría de políticos saltan al ruedo motivados por una circunstancia: es decir, una causa común respaldada por una parte de la ciudadanía y ellos son quienes tiran de ese carro para afrontarla con valentía. El segundo, es el carisma que tiene innato el propio político. Ese carisma es el que le permite alcanzar la popularidad entre las masas.

Una vez se tienen argumentos para afrontar una aventura política bien sea por una causa o por convencimiento personal y dotes para ello, los liderazgos del siglo XXI mutan debido a lo que se ha comentado anteriormente: los contextos. En la actualidad, con la COVID-19 de por medio, la gente pide a sus políticos ser:

  1. Honestos: los ciudadanos apolíticos viven incrédulos de cómo se está llevando la crisis de la pandemia. Hasta los suyos tampoco los entienden.
  2. Comprometidos: la desafección sigue en pie y lo único que esperan es que sus cargos públicos estén comprometidos con su causa y sus obligaciones.
  3. Efectivos: la eficacia y la eficiencia son atributos que están muy caros. El tiempo es oro y como se dice en el ámbito sanitario “la investigación de hoy es la medicina de mañana”.
  4. Éticos: el comportamiento debe ser ejemplar y, al margen de ideologías, se lidera para todos.
  5. Estéticos: un buen líder cuida la estética de sus acciones. Los liderazgos han de cumplir aquello que se dice o se promete.
  6. Empáticos: aunque es un clásico, la empatía brilla por su ausencia. En la actualidad, el votante desea ser entendido y comprendido.
  7. Flexibles: la política obedece a códigos estrictos por culpa de la influencia de la ideología y las estructuras de los partidos. El líder debe estar por encima de todo ello.
  8. Únicos: los liderazgos son únicos. Se les diferencia respecto al resto por sus actitudes y aptitudes. Dejan huella, crean su propia marca personal.
  9. Accesibles: un líder del siglo XXI escucha, atiende y reacciona ante los problemas de sus ciudadanos. No importa ni estatus social ni procedencia.
  10. Digitales: y, por último, los liderazgos asumen el surgimiento de movimientos y modas. Al margen de los métodos tradicionales, su mensaje debe utilizar los códigos de la era digital, pero con feedback. Nada de muros.

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