Tal y como hace años lo describió el politólogo británico Lincoln Allison, el deporte es quizás la mayor expresión de sociedad civil organizada que se pueda encontrar. El deporte reúne, en cualquiera de sus modalidades, a la gente alrededor de su práctica sin necesidad de organizaciones externas o de intervención de las autoridades públicas. Un balón (ya sea redondo u ovalado) y cuatro jerséis es todo lo que necesita un grupo de amigos para jugar al fútbol o al rugby cada mañana de domingo en Hyde Park; una tradición muy inglesa. Así empezó el deporte, con grupos de personas que se acabaron poniendo de acuerdo para formar clubes, que luego se reunieron para crear federaciones, las que decidieron fundar confederaciones continentales. Y todo sin mayor intervención de la esfera política. Este artículo ahonda en la relación que existe en la política, el deporte y la construcción del sentimiento europeo.

Borja García, Profesor Titular en Política y Gestión Deportiva en la Facultad de Ciencias del Deporte de la Universidad de Loughborough.

La fundación de las federaciones fue el primer paso hacia la institucionalización y codificación del deporte, pero no sería hasta bien entrado el siglo XX cuando este movimiento social se politizó en extremo. A todos nos vienen a la mente los casos del uso propagandístico de los Juegos Olímpicos de 1936 por parte de Hitler, o los programas de dopaje ‘de estado’ en la RDA. Por fortuna, esta politización del deporte es fundamentalmente algo del pasado en Europa, aunque aún se puedan encontrar algunos casos. Se ha pasado a considerar el deporte como un bien público con múltiples beneficios para la sociedad. El uso propagandístico del deporte ha dejado paso a una utilización más social, en la que el deporte es visto como un vehículo para conseguir objetivos como integración social, educación, lucha contra la obesidad, etcétera. Esto no quiere decir que el uso de la proyección pública del deporte haya desaparecido, pero sí es cierto que ha cambiado. El apoyo de gobiernos nacionales y locales a la organización de eventos deportivos está muchas veces justificado no sólo en el impacto económico, sino en un concepto un tanto etéreo como la ‘imagen’ y la ‘pro­yección interna­cional’. Es incluso posible explicar los esfuerzos de Brasil, Rusia o Catar por organizar grandes competiciones deportivas con razones de geopolítica internacional.

A día de hoy es imposible negar que el deporte, por su importancia y popularidad social, conlleva amplias consecuencias políticas y económicas. En Europa, el fútbol es sin duda la práctica deportiva más popular y por ello, lógicamente, su estudio debe recibir una atención particular. Desde hace dos años y medio un grupo de nueve universidades de ocho países Europeos venimos desarrollando el Proyecto FREE (Football Research in an Enlarged Europe) con financiación del 7º Programa Marco de Investigación de la Comisión Europea, FREE se ha centrado en investigar el impacto social de fútbol. ¿Cómo vivimos el fútbol los Europeos? ¿Qué papel desempeña en la esfera pública y política?

Los editores de esta revista nos han invitado a presentar aquí algunos de los aspectos del Proyecto FREE, para analizar la relación entre ese deporte, su proyección pública y el desarrollo de una posible identidad local, nacional o incluso europea. En el Proyecto FREE llevamos casi 30 meses trabajando con una metodología multidisciplinar. Se ha incluido una amplia encuesta en nueve países europeos, investigación histórica, etnografía y participación observante, así como un innovador estudio con métodos audiovisuales siguiendo las últimas tendencias de la llamada ‘sociología audiovisual’ norteamericana, que prefiere el uso de fotografías y sonidos al de palabras escritas.

Lo que se presenta aquí es una amalgama de los resultados a los que han llegado los diversos equipos de investigación en sus respectivas disciplinas para intentar comprender cómo funciona esa proyección pública del fútbol en Europa.

Quizás lo primero que cabe destacar es que en el proyecto somos cuando menos escépticos. No creemos que el fútbol sea el mejor camino de imponer o facilitar el desarrollo de una identidad o de un espacio público desde arriba (top-down). Quizás a nivel local o regional el deporte, con su simbolismo, tenga un poder mayor, pero nuestra investigación nos ha convencido de que el potencial del fútbol y su proyección pública es distinto.

¿Y cuál es ese potencial al que nos referimos? Lo primero que debemos tener en cuenta es que el fútbol pone a la gente en contacto. En nuestra investigación lo que más valoran los europeos del fútbol es que lo pueden compartir con otras personas. Parece simple y lógico, pero quizás por ello a veces se olvida: el fútbol es una actividad social. Casi es más importante la tertulia antes, durante y después que los 90 minutos de juego. Y es éste poder de conectar a la gente, y más en una sociedad altamente conectada a través de las redes sociales como la europea, lo que convierte al fútbol en algo tremendamente atractivo.

Aunque quizás internet lo haya aumentado y cree nuevas comunidades virtuales, no se trata de algo nuevo. La gran ventaja de haber incorporado un equipo de historiadores en FREE es que nos hemos podido remontar al pasado. Las competiciones europeas de clubes, que empezaron a organizarse en los años 30 del siglo pasado y acabaron siendo lo que hoy conocemos como la Liga de Cam­peones, facilitaron en su día el intercambio social y futbolístico entre los Europeos. De repente, los ingleses se dieron cuenta que su todopoderoso Wolverhampton Wonderers era devuelto a la tierra por equipos como el Honved de Budapest húngaro. Es más, la importancia pública del fútbol se refleja en el concepto de ‘lieu de memoire’, muchas veces traducido al español como memoria histórica. En este sentido, el fútbol ha demostrado ser un increíble vertebrador de la memoria histórica de los europeos. Hay ciertos momentos futbolísticos que perduran en la memoria de muchos europeos, ya sean españoles, polacos o alemanes. Algunos de los más importantes son la final de la Copa de Europa en Glasgow entre el Real Madrid y el Eintracht de Fráncfort, la tragedia del estadio Heysel, o el cabezazo de Zidane a Materazzi en la final del Mundial 2006.

Esta memoria histórica, sin embargo, presenta una característica importante, que nos permite enlazar la parte histórica de nuestra investigación con la antropológica y política. Mientras que hay momentos futbolísticos compartidos que estructuran la memoria, su recuerdo e interpretación es distinta en diversos países. Y aquí llega la diferencia y uno de nuestras conclusiones clave. El fútbol tiene un enorme potencial para unir, pero su capacidad para unificar es menor. Así, en el proyecto hemos estudiado con detalle por ejemplo como un grupo de jóvenes seguidores austriacos siguen a diario el fútbol turco, país de origen de sus familias. O la encuesta paneuropea del proyecto nos ha permitido confirmar que hay muchos europeos que siguen a su equipo nacional con orgullo, sin duda, pero también tienen simpatías por un segundo e incluso un tercer equipo nacional en e continente. No cabe duda que el fútbol, debido a su estructura de gobierno y de competición, es aún un bastión del localismo, pero se trata de un localismo globalizado. El fútbol es un lenguaje que nos dota a los europeos de una serie de elementos comunes, pero a la vez es tan diverso como cuando se popularizó en el siglo XX. Esto nos lleva a afirmar que el fútbol posiblemente no sea el mejor vehículo para promocionar una identidad europea desde las instituciones en Bruselas, pero sí puede ser un elemento importante en el desarrollo de un espacio común de diálogo entre los europeos. La idea de una ‘esfera pública europea’, que en su día defendió Jürgen Habermas, quizás no tenga mejor ejemplo que el del fútbol.

El poder de la proyección pública del fútbol, y del deporte en general, no radica en los mensajes que pueda transmitir, sino en el hecho de que pone a la gente en contacto. El fútbol, por ejemplo, facilita que decenas de miles de madrileños viajen a Lisboa para presenciar la final de la Liga de Campeones. O es capaz de reunir a un millar de europeos en un festival de fútbol aficionado en Italia contra el racismo y la discriminación en el deporte. Es esta construcción de un espacio común, desde abajo y a través del intercambio social lo que convierte al fútbol en un gran fenómeno social.

No cabe duda que lo dota también de un enorme atractivo económico, pero se debe cuidar la excesiva comercialización. En nuestra investigación hemos percibido claros signos de hastío e incluso de repulsa hacia la transformación económica del fútbol. Por el momento no tiene una clara consecuencia negativa, pero algunos indicios, sobre todo en Italia y en menor medida Polonia y Austria, nos llevan a pensar que hay amplios grupos sociales que están considerando muy seriamente dar la espalda al fútbol, algo casi inconcebible hace unos años.

Por último, conviene considerar las consecuencias de todo lo que se ha analizado hasta ahora. Debido al reducido espacio, sólo he presentado unas pinceladas de lo que ha sido una investigación académica seria y extensa. De hecho, tal es la avalancha de datos que tenemos que aún tardaremos va­rios años en poder publicar muchos de nuestros resultados. Aún así, creo que estamos en disposición de extraer algunas conclusiones de importancia.
La primera, que la actual filosofía de la política deportiva de la Unión Europea es mucho más acertada que su intento en los años 80 y 90 de usar acontecimientos deportivos para ‘publicitar’ Europa y así crear una supuesta identidad europea. La reciente política adoptada bajo el artículo 165 del Tratado de Lisboa se dispone a ayudar a los estados miembros y al movimiento deportivo a desarro­llar una dimensión europea del deporte, pero entendiendo que sigue siendo algo basado en la esfera local y nacional. Piensa globalmente, actúa localmente, podría ser el eslogan.

Segundo, que en la proyección pública del fútbol (y del deporte en general) cuenta tanto el intercambio de expe­riencias personales como la difusión genérica de mensajes o estrategias comerciales. Así pues, un grupo de aficionados que viajen con la selección española a Brasil serán tanto o mejores embajadores de la imagen y la sociedad del país que el propio equipo, aunque éste último aparezca más en los medios de comunicación rodeado de patrocinadores.

Tercero, el fútbol es una experiencia altamente positiva y social para los europeos que, sin embargo, cada vez recelan más de la comercialización de este deporte. Las marcas comerciales deben cuidar al máximo su asociación con el fútbol y la manera en la que conectan con sus seguidores. Los seguidores del fútbol son cada vez más consciente de su poder y, una vez aceptados por las instituciones como la UEFA a través de Supporters Direct Europe, están dispuestos a enfren­tarse a aquellos intereses comerciales que ven como perjudiciales para el deporte.

Finalmente, el fútbol tiene un poder extraordinario para poner gente en contacto. Está creando una esfera pública de diálogo cada vez más intensa en la que las identidades son mucho más fluidas que antaño. Y que es difícil de controlar por las instituciones. El fútbol puede hacernos más internacionales y menos ‘paletos’, pero aún conserva su raigambre local. Todo depende de si esas diferencias se usan para unir o para separar. Se trata, sin duda, de uno de los mejores ejemplos para construir una Europa que acerque a la gente y, como reza el lema de la UE, desarrolle una Europa ‘Unida en la diversidad’.

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