Por Ignacio Martín Granados, @imgranados

Finaliza el verano y, fiel a su cita, como si de una estrella del corazón se tratase, el presidente ruso Vladimir Putin coloca de nuevo ante la opinión pública global su foto del verano. Desde el Kremlin están acostumbrados a sorprender a los ciudadanos rusos, y a los no rusos buscando una audiencia mundial, con fotos de su líder en las más variadas situaciones: montando a caballo con su torso desnudo, nadando en las frías aguas de Siberia, practicando hockey sobre hielo o judo, esquiando, pescando, pilotando un avión de combate, guiando una bandada de grullas blancas a bordo de un ala delta, tocando el piano en un acto benéfico, disparando un rifle de asalto, conduciendo un coche Fórmula 1 o a lomos de una Harley Davison…

En esta ocasión, la foto elegida ha sido a bordo de un batíscafo que le llevó a las profundidades del Mar Negro durante su visita a Crimea, para conmemorar el 170º aniversario de la Sociedad Geográfica Rusa. No era la primera vez que lo hacía: en el verano de 2009 ya se sumergió casi 2.000 metros en el lago Baikal a bordo de otro batiscafo y, en agosto de 2011, encontró buceando en el mar Negro dos antiguas ánforas griegas del siglo V.

La hiperactiva vida del presidente ruso, en sus diferentes facetas (Putin cazador, agente secreto, aventurero, músico, amigo de los animales, deportista, pescador, líder mundial…) y retratada como si de un superhombre se tratara, es contada por sus fotógrafos oficiales (igual que Pete Souza con el estadounidense Barack Obama), entre los que destaca la ex modelo y aspirante a Miss Moscú, Iana Lapikova.

Putin se exhibe en cada fotografía y así lo refleja la página web del Kremlin. El presidente ruso conoce bien el valor de una imagen y la cultiva, construyéndose además un perfil de hombre de acción, como buen ex agente de la KGB -servicio de seguridad que años más tarde acabaría dirigiendo-. Sabe que una fotografía suya, empuñando un arma o de la forma que hemos relatado líneas más arriba, dará la vuelta al mundo y aparecerá en los medios de comunicación internacionales. Da igual que sea carne de memes y webs del tipo “Políticos mirando cosas”, todo contribuye a cultivar su imagen y afianzar su hiperliderazgo, tanto dentro de su país como fuera de sus fronteras, en un mundo en el que los equilibrios de poder están en constante redefinición.

Elegido tanto hombre del año para Time como uno de los hombres más influyentes por la misma revista o Vanity Fair, para Levada, el centro sociológico ruso de referencia, Putin alcanza una aprobación del 89%, unos datos ya de por si altos si además les comparamos con la canciller Angela Merkel (70%), Barack Obama (45%) o Mariano Rajoy (23%), como podemos comprobar en la tabla de valoración de líderes que mensualmente elabora ACOP.

Una alta aprobación y una imagen que, con la guerra en Ucrania latente, ha provocado que Putin se haya convertido en un icono pop para muchos y el rey del merchandising prestando su imagen a chapas, camisetas, carcasas de teléfonos móviles o tazas.

El Kremlin siempre ha destacado por su eficacia propagandística, sabiendo asociar sus iconos al poder. Sin duda alguna, Putin es un maestro a la hora de generar imágenes simbólicas que ocupen el espacio mediático internacional, fotografías con las que reforzar no sólo sus mensajes y postura política, sino con las que fortalecer su imagen de líder mundial.

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